No os dejéis engañar. El Reguero no es un sitio. No está a
tantos kilómetros de Béjar ni a tantos de Puerto…
El Reguero es ese país
de Nunca Jamás en el que las estrellas tienen vida propia, salen
cuando les apetece y se dejan querer si las miras con cara asombrada de no
haberlas visto nunca.
Es ese país en el que las cosas no
son lo que parecen. Los señores serios y circunspectos te arrojan cubos de
agua, los chavales traviesos rezan calladitos y en silencio, los jóvenes –tan
egoístas- se dejan la piel sirviendo a los demás.
Ese país en el que nadie pide nada a cambio de nada. Todo se da, todo se comparte, todo se reparte,
todo se disfruta…
Ese país en el que quien es
diferente se convierte en líder; quien fuera presume, aquí aprende; quien
fuera aprende, aquí es maestro; quien es maestro, aquí recorta papelitos de
colores y dibuja flores en un cartón.
Ese país en el que los niños no
olvidan a sus padres, porque están rodeados de padres y madres que se
preocupan por ellos.
Ese país sin fronteras; sólo tiene una puerta (¡pobre verja verde…!) y
atravesarla es peligrosísimo. Una vez
cruzada, ya nada es como antes.
El Reguero te atrapa, te abraza y te hace mimos
hasta que caes a sus pies, rendido, con una sonrisa tonta en la boca sabiendo
que eres querido y que se confía en ti.
Da igual que vengas un año, dos, cinco o veinte. Si has dormido sobre su tierra, bebido su agua,
reído su alegría y reventado de gozo con su fe en Jesucristo… estás perdido.
Llorarás el último día, volverás a casa, abrazarás
a tus padres y amigos, irás al colegio o a la parroquia… pero no te engañes. Seguirás toda tu vida en El Reguero.
En la segunda estrella, a la derecha. Aunque en
realidad, no es un “dónde”. Es un “quién”. Eres tú.
(D. Juan Carlos Galindo)
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